Nuestro orden social capitalista está en debate.

Los norteños ricos pueden mantener en calma a las clases bajas y medias bajas rebeldes con referencia a Grecia, a los trabajadores de las guarderías se les puede ofrecer mini aumentos salariales, y los pilotos y conductores de trenes han tenido que arreglárselas con el mismo poder adquisitivo durante diez años. Y la espiral de pobreza en España y Portugal se puede llevar a los italianos y franceses: más lejos con la separación de los ingresos más altos y más bajos. Ésa es la razón fundamental del aparente caos político. Jürgen Habermas nombra las consecuencias de hacer negocios en base a la doctrina económica imperante, pero quiere aliviarlas superando un déficit político y pide a los ciudadanos de Europa que desarrollen una voluntad política común. Sin embargo, al hacerlo, se distrae de la esencia de la actividad económica capitalista; esto incluye la división creciente en ricos y pobres y la división correspondiente en naciones pobres y ricas. Él despierta la ilusión de que un simple cambio de la austeridad al “gasto deficitario” sería una solución y que esto podría lograrse políticamente. Pero Keynes es solo otra cara del orden social capitalista. La inadecuación de esta receta se hace evidente si se va a aplicar a nivel internacional con desarrollos nacionales no relacionados. Habermas no se atreve a cuestionar nuestro orden social.

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